Ante el tribunal que lo juzgó por su responsabilidad en el levantamiento revolucionario del 26 de julio de 1953, Fidel Castro destacó el “valor, civismo y coraje” del pueblo de Santiago de Cuba.
En su vibrante alegato de autodefensa, el líder histórico de la Revolución cubana fue categórico en afirmar que “…si el Moncada hubiera caído en nuestras manos ¡hasta las mujeres de Santiago de Cuba habrían empuñado las armas!…”
Y no era aquella una convicción fundada únicamente en la exaltación de la heroicidad colectiva y anónima, protagonizada aquel día por tanta gente humilde y sencilla, en cualquier esquina de sus empinadas calles.
Esa aseveración de Fidel tenía antecedentes muy hondos, aunque desoídos, como era usual entre los políticos y la prensa de entonces. Tal es así que 18 años antes de la heroica mañana de la Santa Ana, el destacado revolucionario y combatiente internacionalista, Pablo de la Torriente Brau, había augurado que aquella ciudad se preparaba “para exigir y luchar”.
Cubano como el que más
Aunque había nacido en Puerto Rico, Pablo se sentía cubano y particularmente santiaguero, pues a la indómita ciudad lo ataban sus recuerdos de la infancia. Fue hasta allí que se trasladó su familia desde la vecina Borinquen cuando el tenía ocho años. Junto al recuerdo de los Maceo, Crombret y Guillermón; tan cerca de Céspedes y Martí; aprendió a amar esta tierra como el que más.
Haciendo derroche de talento llegó a ser un periodista que, estudiosos catalogan de “incesante, renovador y combativo”. Desde las páginas del diario “Ahora”, creado en enero de 1931 en plena lucha contra la dictadura de Gerardo Machado, sentó pautas de cronista comprometido con su tiempo y sus ideas de emancipación y justicia social.
Luego de la caída del tirano, entre enero de 1934 y febrero de 1935, publicó en “Ahora” una serie de artículos magistrales, en que en forma directa, llamando cada cosa y a cada cual por su nombre, denunció todo lo que del machadato perduraba, tras aquella frustrada revolución que, al decir de Raúl Roa, “se fue a bolina”.
Santiago de Cuba: “bella, pero sucia y pobre”
Es así que en dos partes, el 7 y 8 de febrero de 1935, publica Pablo su crónica: “Santiago de Cuba. La ciudad abandonada”, cuya primera acusación es lo que llama “estado de desidia oficial” en que se encontraba la urbe santiaguera, a la que de modo magistral y en un lenguaje al más puro estilo lorquiano compara con una gitana de feria: “bella, sucia y pobre”. Y sentenciaba colérico “¡Parece que toda la miseria de Cuba se ha refugiado en Santiago! (…) nada se construye…nada se hace hoy allí”
Detallaba, como quien enumera los percances de un ser amado, que las carreteras estaban destrozadas; las calles sin pavimento; el acueducto sin agua; la ciudad sin alcantarilladoy los repartos parecían; ahora evocando a Dante; “…construidos con los restos de algún enorme incendio o cataclismo…”
Sobre el tema del deficiente abasto de agua aseveraba que, cada vez que se ha pensado en algún “buen negocio” se solicitaba y aprobaban créditos para nuevos acueductos “…que nunca se han terminado…” Santiago de Cuba era, aseguraba, no ya la segunda población de la Isla por el número de sus habitantes, sino la segunda de toda Centroamérica y el Caribe “…y a pesar de ello no tiene agua suficiente ni buena…”
Denunciaba que igual situación tenía el sistema de alcantarillado, ilustrando como, por el centro de las callescorrían “…arroyos de inmundicias…” y las cañadas insalubres recorrían varios kilómetros a través de los barrios pobres de la ciudad, antes de desaguar a la bahía.
Resumía este abandono a que las clases pudientes de la época sometían a la hospitalaria ciudad, de forma cruda y sin rodeos: por falta de agua, por falta de alcantarillado, por falta de créditos suficientes para la limpieza, decía, Santiago de Cuba; su Santiago de Cuba era “…la ciudad más antihigiénica de Cuba, y como consecuencia lógica, la más enfermiza de la República…”
En añadidura, siguiendo con el tema de la salud pública, aseguraba que la entonces capital de Oriente no tenía un hospital municipal, ni de maternidad, ni infantil, ni sanatorio para tuberculosos, ni clínica de cancerosos.solo el viejo Hospital Provincial, sobre el que Pablo ironiza diciendo que fue construido “en el tiempo de Polavieja[1]” y del que dice sólo contaba con cinco médicos.
Tocante a las condiciones de la enseñanza pública, Pablo denuncia como los 2 mil 500 alumnos del Instituto de Oriente se agrupan en un edificio con capacidad solo para 400 y en donde cualquier aguacero obliga a suspender las clases “…que se dan en el patio, al sol, por falta de aulas…” Alerta, además, que dicho edificio –un viejo hospital militar español–está tan deteriorado por los terremotos y el abandonoque “…el día menos pensado se cae y aplasta a centenares de estudiantes…”
Referente al mal estado de la red vial, se lamentaba de que la ciudad solo contara con un acceso en relativo buen estado, a través de la carretera central, y que el resto de las carreteras estuvieran “…destrozadas y cada día más inútiles para el tránsito…”
Ejemplificacon esa gracia suya que cautivó a los que lo conocieron, como para llegar a lugares de interés histórico; tales como la Loma de San Juan, el Fuerte El Viso o el Árbol de la Paz –vinculados todos al fin de la dominación colonial española y la ocupación norteamericana de la Isla– se necesitaba “…ser tan heroico como los propios soldados de Vara del Rey[2]…”
Santiago va a luchar… ¡y a cumplir!
Ahora bien, más allá de todo ello, la situación tensión que se vivía en esa ciudad tampoco le es ajena; Santiago de Cuba “está bajo el terror”, decía.
Narraba como circulabanpor las calles patrullas del Ejército conminando a retirarse a sus casas a los peatones y cómo “…de vez en cuando estalla alguna bomba”. Y he aquí que, como preludio de lo que sucedería el 26 de julio de 1953, Pablo vaticina que esa ciudad; cuna de Antonio Maceo y losa de José Martí; “…busca un remedio; lo ha de encontrar… ¡y pronto!…”
Santiago de Cuba, advierte con certeza, “…está cansada de aguantar y se prepara a exigir y luchar (…) y lo va a conseguir de la única manera que hoy se consiguen las cosas…” yanuncia sin asomo de la más mínima duda que, en aquella tierra, escenario de la viril Protesta de Baraguá; esa promesa “…será cumplida…”
Pero no solo eso vislumbra. Pablo vaticina, predice y presiente la acción heroica de la generación del centenario y su trascendencia en la historia patria. Eso y no otra cosa intuye cuando asegura que “…si se deja tomar cuerpo a este movimiento… ¡nadie sabe hasta cuantas cosas inolvidables veremos en Santiago de Cuba! si ahora, como antes, lanza su reto de rebelión y los incontables pueblos abandonados de la Isla imitan su ejemplo…”
Tampoco en ello erró su prédica. El grito de rebelión santiaguero, aquel 26 de julio, fue escuchado más allá de sus empinadas calles e indoblegables montañas. Esos “incontables pueblos abandonados de la Isla” escucharon su grito, imitaron su ejemplo y se inició el camino que condujo a la Revolución cubana. Esa, a la que Pablo llamó, “Mi esperanza”.
A pesar de que lo soñó y predijo, no pudo ver cumplido su augurio de rebeldía santiaguera en el Moncada, ni hecho verdad –en 1959– su sueño de esperanza hecho revolución.
Cuando la juventud del centenario –liderada por Fidel– fue al Moncada a cumplir “el sueño de mármol de Martí”, hacía 14 años que Pablo había caído combatiendo al fascismo en las afueras de Madrid, como aseguró el poeta, “con el sol español en la cara y el de Cuba en los huesos”
Tomado de Patria Nuestra