“Tengo un amigo que me llamó muy preocupado, le dije que viniera para enseñarle que aquí no pasa nada, y la vida continúa normalmente. La gente del barrio está bien clara de que todo eso fue un espectáculo que nos han querido montar”, opinó categórico acerca de los recientes hechos que protagonizaron muy cerca de su centro de trabajo un grupo de personas contrarrevolucionarias, en su inmensa mayoría ajenas al lugar.
El pequeño plantel de poco más de 170 estudiantes y 28 trabajadores resplandece con el inicio del nuevo curso escolar. Es una de las cuatro primarias, tres círculos infantiles y una escuela de deportes que existen en San Isidro.

“Tenemos niñas y niños muy buenos, de familias preocupadas, ninguna es disfuncional”, se apresuró a decir su directora, Dinorah Deras Aguilar, como si quisiera apartar de nuestras mentes ciertas imágenes grotescas que lamentablemente emergieron a la luz pública hace pocas semanas, desde ese barrio humilde y con una larga historia de gente trabajadora, alegre y con mucho sentido de pertenencia, que hoy sobresale por su labor comunitaria y cultural dentro del más antiguo municipio habanero.
Historia linda, pero triste
“A diferencia del norte de La Habana Vieja, donde se levantan los grandes palacios y edificaciones coloniales, esta parte posee una arquitectura más sencilla, sobre parcelas estrechas y en las que todavía existen construcciones modestas de finales del siglo XVII y de la siguiente centuria, asociadas al sector obrero en ese entorno industrial de los muelles”, explicó Yamira Rodríguez Marcano, investigadora de la Oficina del Historiador de la Ciudad.
Destacó la historiadora que el estigma como zona de tolerancia para la prostitución, un problema usual alrededor de los puertos por aquel entonces, lo afianzó el gobierno interventor de los Estados Unidos a partir de 1898, al legalizar esa práctica con un reglamento que le sobrevivió en la letra por más de una década –estuvo vigente hasta 1913–, pero que persistió como mal social durante mucho más tiempo.
Un rasgo distintivo del barrio ha sido su permanente vocación musical, asociada a grandes representantes de la cultura popular, entre los que descolló el exponente de los ritmos afrocubanos, Miguelito Valdés, también conocido como Míster Babalú, o la figura del violinista Brindis de Salas, nombrado el Paganini negro en el siglo XIX, cuyos restos descansan en la iglesia de San Francisco de Paula.

En la actualidad, San Isidro abarca 43 manzanas, con alrededor de 11 mil 800 habitantes, en una cuña casi triangular que delimitan las calles Acosta, Egido y Desamparados. “El principal problema que tenemos es el mal estado de ese fondo habitacional tan envejecido, con 86 edificaciones en estado muy malo y crítico”, expuso Osvaldo Pérez Oliva, presidente del Consejo Popular, al mostrarnos algunas de las acciones de reparación y construcción de viviendas, como la obra en ejecución sita en Concha entre Picota y Bayona, pero que distan mucho de llegar a todas las necesidades.
“La nuestra es una historia linda, pero también triste”, sentenció Mario Valdés Díaz, promotor y líder comunitario en San Isidro, quien contrastó aquella lejana realidad de cuando los marines estadounidenses hacían y deshacían por esas calles, con los rasgos que a su juicio le caracterizan hoy: “Este es un barrio patriótico, revolucionario, receptivo y respetuoso; pletórico de una verdadera gestión cultural”, enfatizó.
Revalorizar mediante la cultura

Desde hace cinco años Adán Perrugorría Lafuente lucha por sacar adelante el proyecto cultural de la galería Gorría, un emprendimiento familiar concebido con la colaboración de la Oficina del Historiador de la Ciudad, bajo el paraguas de los proyectos de desarrollo local, sito en San Isidro no. 214.
“La idea es revalorizar el sur de La Habana Vieja mediante la cultura”, razonó el joven pianista, que además de encabezar la sala de artes plásticas es titular de una licencia de trabajador por cuenta propia en un restaurante contiguo a ese espacio.
Además de las exposiciones de pinturas, la galería Gorría realiza una amplia labor comunitaria, muy encomiada por el gobierno municipal. Su más reciente iniciativa, según expresó Adán, es un ciclo de talleres sobre arquitectura y uso responsable de las tecnologías, dirigido a infantes y adolescentes de las escuelas cercanas.
“Hay que aprender a funcionar más rápido, porque surgen vacíos en las normas legales que las pueden aprovechar quienes pudieran tener otros propósitos menos nobles”, valoró Perrugorría Lafuente, quien estuvo entre los jóvenes artistas e intelectuales que acudieron el pasado 27 de noviembre a la sede del Ministerio de Cultura para canalizar diversas inquietudes e insatisfacciones.
En su caso, por ejemplo, resaltó la falta de una figura jurídica que ampare a galeristas privados, o para evolucionar con mayor facilidad hacia estructuras más complejas como pudiera ser una fundación. “Estructuralmente hay mucho que cambiar, pero la gente que yo conozco lo que quiere es mejorar, y que los cambios que se dicen, se hagan”, argumentó.
Ejemplo en el trabajo cultural
No parece casual entonces que un grupo de individuos pretendiera usurpar toda una aureola de muchos años de trabajo cultural y social en San Isidro, en función de planes injerencistas con financiamiento del Gobierno de los Estados Unidos, con el fin de derrocar a la Revolución cubana.
“Ni son artistas ni son de San Isidro”, dijo lapidario Mario Valdés Díaz, y sostuvo indignado que “han mancillado el nombre de todo un barrio”, a partir de la ocupación —hará alrededor de dos años—, y por vías no muy claras, del inmueble declarado inhabitable donde han transcurrido tales provocaciones.
“Este es uno de los Consejos Populares que más colaboración pide y ofrece a la Oficina del Historiador de la Ciudad”, resumió Maidolys Iglesias, al frente del plan maestro para La Habana Vieja.
Algunas demostraciones de ello son los talleres de gestión barrial, proyectos culturales como el denominado Alas de Mariposa, instituciones muy activas como el Centro Literario Leonor Pérez y el Museo Casa Natal de José Martí, o el impulso de rutas turísticas comunitarias, una iniciativa donde fueron pioneros desde mediados de la década de los noventa, con la creación del Taller Experimental para la Revitalización Integral del Barrio de San Isidro.
La especialista resaltó además la notable articulación que existe en ese territorio entre los centros laborales, incluido el sector no estatal, con las autoridades y líderes del barrio.
Desde el pasado 10 de octubre y hasta el 28 de enero próximo, por ejemplo, tiene lugar allí como parte de un proyecto integral para el fortalecimiento de la participación comunitaria, un amplio programa de actividades bajo el título de Maestro y discípulo, informó Katia Cárdenas, directora de Gestión Cultural de la Oficina del Historiador de la Ciudad (OHC).
Esta última semana abrió sus puertas la Casa de Titón y Mirtha, en la calle Paula no. 101, que preserva el legado del afamado director de cine. “No hablamos de un programa cultural impuesto por la Oficina, sino que esa es la vida cotidiana del barrio”, significó Cárdenas.
Ramón Guerra Díaz, especialista principal de la Casa Natal de José Martí y secretario general del sindicato de ese emblemático colectivo de 17 trabajadores, coincidió en la trascendencia de ese vínculo armónico de las instituciones culturales con la comunidad.
Ilustró ese nexo con la experiencia allí del aula-museo, donde grupos de estudiantes de las escuelas más próximas reciben sus clases durante todo un semestre, o la vigilia que cada año organiza la Asociación Hermanos Saíz en el patio de la casita de Martí, en las vísperas del aniversario de su natalicio. “Quien es joven artista de verdad, viene solo, no hay ni que convocarlo”, hizo notar Dioelis Delgado Machado, directora del museo.
“Tenemos espacios fijos dedicados a todas las edades, desde los más pequeños, hasta los adultos mayores, sin olvidar a la juventud”, argumentó Guerra Díaz, con más de 20 años de labor en ese Monumento Nacional. “Un espacio en el barrio se asume o no por su gente. Ya hay hombres y mujeres que hemos visto crecer alrededor nuestro”, acotó.
Ante mentiras, evidencia histórica.
“Me siento tranquila trabajando en San Isidro. Son los propios vecinos quienes custodian esta institución”, afirmó Elvira Corbelle Sanjurjo, directora del Archivo Nacional de Cuba, uno de los colectivos laborales de mayor relevancia que radican en ese Consejo Popular, cuya historia se remonta ya a más de 180 años.

En la vasta sala que da acceso al sólido edificio, el primero construido para esa función específica y que fuera inaugurado en 1944, una exposición transitoria muestra fotografías originales del velatorio de Antonio Maceo y Panchito Gómez Toro el 17 de septiembre de 1899, en el bohío de la familia de Pedro Pérez, depositaria hasta el fin de la Guerra de Independencia del secreto sobre la tumba de ambos héroes, a propósito de una de las efemérides más relevantes de este último mes del año.
“Estamos preparados para defender nuestro centro ante cualquier problema”, afirmó convencida la joven Roxana Frómeta Parreño, técnica en Gestión Documental e integrante del ejecutivo de la sección sindical de ese centro que hoy cuenta con cerca de 90 trabajadores, la mayoría mujeres, y con una importante fuerza juvenil.

Impresiona la meticulosidad de la labor que allí ejecutan para la conservación y restauración de sus fondos, los cuales equivaldrían a 27 kilómetros de documentos si los ubicaran linealmente, explicó Corbelle Sanjurjo, quien denota al hablar la pasión por su primer y único centro de trabajo durante más de 30 años.
El original de la Constitución de Jimaguayú de 1895, así como de la Carta Magna de 1940, son algunos de los tesoros que reposan en el Archivo, un lugar en San Isidro donde sí hay veneración y mucho trabajo para honrar y proteger los símbolos y valores patrios.
“A veces vemos algunas tendencias a tratar de reescribir la historia de Cuba, para tergiversarla, con una falta total de apego a la verdad”, abundó Lhis Sosa Guerra, comunicadora de la institución.

Por esa razón, sus especialistas difunden ese patrimonio en sitios digitales y las redes sociales en Internet, para desmentir algunas de esas falsedades mediante evidencias históricas, factuales y tangibles, como documentos o fotografías, que revelan no solo lo que hubo antes, sino lo que ha hecho la Revolución en más de seis décadas.
Como un ejemplo muy actual, expuso, hay numerosas pruebas en los registros del Archivo sobre cómo durante la colonia y los gobiernos republicanos hubo un manejo muy deficiente de las epidemias en el país, lo cual contrasta con todo lo que hemos vivido en este 2020 de enfrentamiento a la COVID-19.
Así, mientras unos pocos infiltrados en San Isidro trataban de denostar la obra cultural y social de un barrio y de toda su nación, en los sótanos del Archivo Nacional, María Elena Rodríguez Rivero, a punto de cumplir medio siglo en ese desempeño, lucha en su laboratorio de restauración por salvar para el futuro cartas originales de insignes patriotas como José Martí y Máximo Gómez, cuya grafía emociona a cualquier verdadero patriota, tan solo de verla.
Tomado de TR