Un imperio fascista sediento de sangre y dinero

El Imperio ha vendido al mundo que ellos son los campeones de las libertades civiles de sus ciudadanos.  Según los voceros del corrupto gobierno yanqui, ellos les pueden dar lecciones de cómo se deben de respetar los derechos humanos a todas y cada una de las naciones del planeta.  

Pero en ese país, en honor a la verdad, lo que existe es la tiranía de una plutocracia, es decir, un sistema en el cual el gobierno lo ejerce el dinero y aquellos que lo tienen en abundancia. Y esta afirmación no se desprende simplonamente de una crítica sin base del modelo político de ese país, sino del análisis de cómo se triangulan los recursos económicos de los contribuyentes estadounidenses, a fin de que sigan mandando los que siempre lo han hecho, por los siglos de los siglos.

LA AVARICIA POR EL DINERO

Es normal escuchar en los noticieros estadounidenses a los senadores y representantes afirmar que, al día siguiente de ser electos, comienzan a buscar financiamiento para su reelección.

En las películas y series de televisión estadounidenses, cuando los protagonistas hablan de elecciones, siempre vemos que los comandos de campaña tienen, como tarea fundamental, conseguir recursos económicos. Inclusive, cuando en la trama necesitan imprimir algo de drama, siempre sucede que algún grupo retira el financiamiento lo que amenaza con impedir finalizar la campaña.

Nadie obtiene un cargo de elección popular en los Estados Unidos si no cuenta con exorbitantes sumas de dinero. El pueblo no importa, importan los dólares. Por eso, es una plutocracia.

UN IMPERIO FASCISTA SEDIENTO DE SANGRE

Esta secular avaricia por el dinero de los círculos de poder norteamericanos, de los que Donald Trump es un claro exponente, han convertido a esa nación en un imperio fascista sediento de sangre.

Así, las operaciones bélicas en Afganistán, Siria e Irak por parte de Estados Unidos y sus aliados, mantienen la política de hostigamiento y desestabilización del gobierno de Bashar al Assad. Bajo la coartada que se combate a Daesh, son la expresión crónica de la política exterior estadounidense. Política que suele plantear, en el plano internacional, la resolución de sus problemas internos. Generando con ello cohesiones frente a enemigos reales o inventados de tal forma de levantar la imagen, no sólo del presidente estadounidense sino también de su partido político y de esa forma tratar de primar en la cámara alta, teniendo una mayoría tal que no cuestione las políticas implementadas durante su administración.

Es un macabro juego interno, que repercute trágicamente en la vida de miles de personas en zonas del mundo donde esa política exterior estadounidense se manifiesta con muerte y destrucción. No es casual que las intervenciones de los gobiernos estadounidenses en terceros países, ya sea en forma directa como fue en Irak y Afganistán o a través de la estrategia de Trump de inventar incidentes  peligrosos de todo tipo con China, Corea del Norte, Irán, Venezuela o Cuba, son claros antecedentes de elecciones presidenciales y en ese contexto, el complejo militarindustrial estadounidense suele jugar un papel fundamental, en el marco de las nuevas estrategias globales, donde los enemigos de ayer no son los mismos de hoy. Pero se les ataca con la misma saña.

Hasta el fin de la Guerra Fría, los estrategas del Pentágono estaban preocupados por la amenaza planteada por los denominados – según el nombre dados por los creativos políticos estadounidenses – Rogue Regimes (regímenes parios o Estados Rufianes) del Tercer Mundo. Pero, desde finales de la década de los noventa del siglo XX han sido cada día más numerosos los expertos militares, que alertan a la administración estadounidense, de la hipotética manifestación y lo que pueda deparar esa aparición de un “oponente de potencia comparable” (peer competitor), es decir, un Estado con la fuerza suficiente, para poder enfrentarse a Estados Unidos con posibilidades casi iguales de derrotarlo en distintos campos, no sólo en lo militar.

El Profesor de Relaciones Internacionales del Hampshire College, autor del ya clásico ensayo “la Nueva Estrategia Militar de los Estados Unidos Michael Klare sentenciaba a inicios del año dos mil, que ese oponente todavía no existe – aunque se visualizara bajo el nombre de China y/o Rusia – pero la eventualidad de su aparición modificó las perspectivas estratégicas de Estados Unidos. “La política oficial en ese plano ha cambiado, pues si hasta fines de la administración de George W. Bush la prioridad era mantener una fuerza militar suficiente, para llevar a cabo y ganar simultáneamente dos “grandes conflictos regionales”: uno de ellos en el Golfo Pérsico (claramente especificado contra Irán) y el otro en Asia (contra Corea del Norte) hoy los nuevos enemigos se han multiplicado. Irán y Corea del Norte siguen siendo considerados blancos y enemigos de las estrategias de dominación de Washington, pero, agregando nuevos nombres, sobre todo tras el derrocamiento de la Libia de Gaddafi.

La postura oficial planteada por Klare, cambió a medida que los analistas militares estadounidenses, comenzaron a inclinarse hacia escenarios distintos. Léase: Un conflicto con Venezuela para eliminar el mal ejemplo del chavismo y apoderarse de sus grandes recursos petroleros o una guerra contra Beijing, para garantizar la libertad de navegación – según la libertad que entiende Estados Unidos junto a sus socios japoneses y de Corea del Sur -en el Mar de la China. Libertad de navegación que esconde el propósito mayor: limitar a China sus capacidades de comerciar con el mundo de la manera que lo está haciendo, pasando de ser una potencia regional a una de carácter global.

Es este horizonte de pugnas políticas, económicas y militares, lo que ha generado la aprobación de ingentes sumas de dinero, para desarrollar una estrategia política-militar, en condiciones económicas recesivas en Estados Unidos.

Recuerdo en ello un análisis de algunos años atrás, pero plenamente vigente, de la editora de la revista Challenge, Roni Ben Efrat, quien sostenía que los presupuestos de defensa de Washington reflejan, bajo sus condiciones económicas una amenazadora fusión “ya que la combinación de ese poder militar y una crisis económica es sumamente peligrosa. Induce a los fuertes a resolver los problemas económicos por medios militares. Esa es la mezcla que engendró el fascismo y permitió un holocausto. Estamos de nuevo ante la misma intersección”.

UN ESTADO DE GUERRA PERMANENTE

Vamos a basarnos a continuación en datos aportados por los autores de la obra colectiva «Alternativas al capitalismo y al colonialismo del siglo XXI», en torno a la hegemonía militar de Estados Unidos, y su estado de guerra permanente. Como ya hemos expuesto, en el terreno militar, USA preserva una gran hegemonía. Cuando es posible, con la participación de sus aliados, pero con frecuencia, en forma unilateral. Es ésta su principal ventaja estratégica, en la búsqueda de preservar su hegemonía global. En los últimos años ha demostrado (independientemente del partido de gobierno) la disposición a utilizar este poderío militar cada vez con mayor frecuencia. Desde la desaparición del antiguo bloque soviético de la Guerra Fría, representado por el llamado Pacto de Varsovia, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) ha ido dejando, paso a paso, su carácter regional, para realizar operaciones militares en todas partes del planeta, extendiendo su hegemonía por todo el globo.

Entre las evidencias de las ambiciones imperiales unilaterales, Estados Unidos mantiene aproximadamente 1.000 bases militares fuera de sus fronteras, que representan el 95% de las bases militares existentes, en la actualidad, en el extranjero. Como señala el historiador Chalmers Johnson, se trata de una nueva forma de colonialismo que no está caracterizado, como sucedió en el caso europeo, por la ocupación del territorio: «…la versión americana de la colonia es la base militar» (Johnson, 2004). Según el Instituto Internacional de Paz de Estocolmo (2010), uno de los centros más confiables de estudio de gasto militar, los Estados Unidos ejecutaron, en el 2015, el 43% del gasto militar total del planeta; porcentaje significativamente superior al de los siguientes nueve países con mayor gasto militar (32%). En el presupuesto federal global, el peso relativo del gasto militar varía según cómo se realiza el cálculo. Las estadísticas oficiales muestran un peso menor al real, pues excluyen una amplia gama de desembolsos directamente relacionados con el gasto militar que no están considerados en el presupuesto del Pentágono.

De acuerdo con la organización antiguerra War Resisters League, si al presupuesto oficial del Pentágono se le suma el gasto de los veteranos de guerra, la deuda pública atribuible al gasto militar y el costo de las guerras de Irak y Afganistán, el gasto militar total representa el 54% del gasto federal. Y todo ello, en un país que ni siquiera posee un sistema público de salud, lo cual puede darnos una idea de la importancia que tiene para los norteamericanos el tema de la defensa.

Un exhaustivo estudio realizado por el Watson Institute for International Studies, de la Universidad de Brown, muestra que el costo total de las guerras de los Estados Unidos, durante la última década, asciende aproximadamente a 3,2 y 4 billones de dólares (trillones, según la nomenclatura de los Estados Unidos). Los cálculos calificados como «conservadores» de este Instituto, indican que estas guerras, en diez años, han ocasionado la muerte de 236.000 personas; la mayoría, civiles de Irak, Afganistán y Paquistán. De éstos, entre 40.000 y 60.000 corresponden a Paquistán, donde se supone que no hay una guerra. El estudio señala que por cada uno de estos muertos directos habrían perdido la vida cuatro personas más, en forma indirecta (hambre, degradación del ambiente o de las infraestructuras). Con ello, la cifra total equivale a 1.180.000 muertos.

También se estima que, entre refugiados y personas desplazadas, aproximadamente 7.800.000 personas adicionales han quedado afectadas (Watson Institute por International Studies, 2011).

Para que este sangriento y costoso estado de guerra permanente, o guerra sin fin, fuese políticamente sostenible en el tiempo, se incorporaron transformaciones fundamentales en las maneras de conducir la guerra. La experiencia de Vietnam demostró que no era posible sostener una guerra si ocupaba un espacio destacado y constante en la opinión pública, y si los sectores privilegiados de la sociedad sufrían en forma directa sus consecuencias. De ahí la búsqueda de cambios que permitiesen mayores niveles de opacidad en relación con la guerra, y el desplazamiento de los afectados hacia otros sectores de la población.

Estas medidas se han ido concretando a través de la aplicación de tres transformaciones esenciales en las formas de conducción del personal y en el uso de la tecnología. La primera medida consistió en eliminar la recluta obligatoria y sustituirla por mecanismos de enlistamiento «voluntario», basado en incentivos económicos. En  la resistencia a la guerra de Vietnam, muchos soldados provenían de sectores privilegiados de la sociedad, incluso algunos eran estudiantes de las Universidades más elitistas del país. Por eso, cada estudiante reclutado en contra de su voluntad y cada muerto que regresaba de la guerra, generaba una creciente oposición de la población. Así, el enfrentamiento bélico se hizo políticamente insostenible. Pero a partir de la eliminación de la recluta obligatoria y la incorporación de nuevas modalidades de enlistamiento, basadas en incentivos económicos, la carne de cañón de las guerras de los Estados Unidos provino casi exclusivamente de los sectores más pobres de la población, lo que disminuyó el impacto en la opinión pública.

La subcontratación o privatización de la guerra fue otra modalidad de reducción de la recluta. En 2011, estos mercenarios, denominados «contratistas militares privados», llegaron a superar el número total de soldados uniformados activos en Irak y Afganistán.

Un claro ejemplo de este mecanismo es el reciente ataque mercenario a Venezuela organizado desde los EE.UU por una empresa de este tipo con la anuencia de la Casa Blanca.

Con la privatización de la guerra, se amplió el ámbito de competencia del «complejo militar-industrial», y con ello, los sectores corporativos y laborales dependientes de la continuidad y la ampliación de las guerras.

De esta forma, la guerra se convierte en un apéndice continuador del propio capitalismo, en un nuevo instrumento a su servicio. Las transformaciones tecnológicas del «arte de la guerra» implicaron cambios significativos. Las nuevas armas de alta tecnología, desarrolladas al costo de miles de millones de dólares, han permitido (en especial para EE.UU.) reemplazar la participación humana directa en los campos de batalla, por nuevos armamentos que, además de incrementar el poder letal, viabilizan operaciones a distancia que no ponen en peligro a los soldados. El uso de estos nuevos instrumentos bélicos posibilita llevar a cabo una guerra sin poner un pie en territorio «enemigo».

De acuerdo con los voceros oficiales de la OTAN, la guerra en Libia, que condujo al derrocamiento del gobierno de Gadafi,y al brutal asesinato de éste, no ocasionó ni una sola víctima mortal entre los «aliados». Otra cosa, por supuesto, fue lo vivido por la población libia. 


LOS SUBSIDIOS AGRÍCOLAS Y EL FINANCIAMIENTO DE LAS CAMPAÑAS

La ecuación es muy sencilla. El gobierno de los Estados Unidos invierte sumas groseras, que han sido criticadas por todo el planeta, en subsidios agrícolas. El país que vive pretendiéndole imponer al mundo la idea de que la panacea para resolver todos los problemas de la humanidad es el libre comercio para que las leyes naturales regulen al mercado, es el mismo país que le regala dinero a manos llenas a sus agricultores, provocando graves distorsiones en el sistema económico mundial.

Al mismo tiempo, le exige a China y a a los países en desarrollo que reduzcan las barreras arancelarias, para que sus productos subsidiados puedan entrar libremente en estas naciones, en una competencia claramente desleal. Una pelea de mono amarrado contra león suelto. No existe país en el mundo que no haya reclamado este ventajismo por parte de los Estados Unidos. China, India, Europa completa, África, América Latina, todos han protestado ante la Organización Mundial del Comercio la política de subsidios estadounidenses, al punto de que debido a ella, hasta ahora, han fracasado todas las rondas de negociación que se han planteado en el seno de la OMC.

Las cifras de subsidios son astronómicas. Estamos hablando de que Estados Unidos regala a sus agricultores un monto que supera en más de 20 veces los ingresos por exportaciones de toda Latinoamérica.

Pero en realidad no es un regalo, sino una triangulación. Entre los financistas de las campañas electorales en los Estados Unidos está el sector agrícola. Eso se traduce, en otras palabras, que el dinero de los contribuyentes estadounidenses, que es utilizado para subsidiar a los agricultores, termina en las manos de los partidos políticos del estatus (demócratas y republicanos), para que estos, a su vez, financien las campañas electorales de sus respectivos candidatos a presidente, senadores, representantes o gobernadores, quienes a su vez seguirán aprobando los subsidios a costa del pueblo que paga impuestos.


UNA SOCIEDAD DE ZOMBIS VIGILADOS

Cuando en diferentes épocas de la historia de los EE.UU. a alguien o a un grupo de ciudadanos se le ha ocurrido salirse del carril, inmediatamente los tres poderes supuestamente independientes (legislativo, ejecutivo y judicial) han cerrado filas y se han convertido en una maquinaria represiva integral. El Congreso ha hecho las leyes, el poder ejecutivo las ha firmado y el poder judicial ha puesto a cada uno en su lugar. Más claro, ni el agua. Con el establishment no se juega. Pasó cuando la Guerra Civil, pasó en la Gran Depresión de los años treinta y también pasó cuando la Guerra contra Vietnam, y ahora hay señales de que está pasando bajo el gobierno de Donald Trump.

Si teoricamente el ciudadano norteamericano tiene un espacio libre en donde moverse sin tener que pagar las consecuencias, la realidad es que ese espacio se ha ido estrechando cada vez más y ahí están las fuerzas represivas para indicarle a los ciudadanos que no se pasen de la raya. Después de los criminales ataques terroristas del 11 de septiembre, los tres poderes se volvieron uno y empezaron a estrechar aún más el pequeño espacio que tenían los norteamericanos. No creo que la famosa Ley Patriótica fue aprobada solamente porque haya estado gobernando en esos momentos un selecto grupo de la ultraderecha reaccionaria de este país.  Estoy seguro que algo bastante parecido hubiese sido implantado, aunque los liberales hubiesen estado ostentando el poder.

En derechos civiles, la limitación es exagerada. Es como si todos los ciudadanos de ese país fuéran hoy sospechosos de ser terroristas. Los ejemplos de los casos individuales en los que esas exageraciones han ocurrido han sido innumerables.

A medida que la brutalidad policial se generaliza, los afrodescendientes, los latinos, los emigrantes y otras minorías son víctimas de ello.

Los recientes brutales asesinatos de afroamericanos por policías que han estremecido a los EE.UU de costa a costa confirman esta realidad.

En las grandes ciudades, en casi todas las intersecciones, existe una cámara de seguridad que vigila el andar de los ciudadanos, iguales a las que existen en todos los supermercados, centros comerciales, edificios de oficinas, etc., etc. Desde que uno sale de la casa está vigilado. En la vía pública, uno es un delincuente en potencia. Pero ¿qué es lo que está pasando en el interior de la casa? Pues lo mismo. Las llamadas telefónicas son monitoreadas, las veces que llamas a un número telefónico aquí  o en el extranjero y si lo creen necesario, lo que hablas en esas llamadas, el Internet controlado y todas las páginas sociales que se han abierto en los últimos años se han convertido en el juego de video de un “gran hermano” que te vigila hasta cuando duermes.

De esta forma, los Estados Unidos se han transformado poco a poco en una sociedad de zombis que son manipulados con la ayuda de los medios de comunicación, para que ignoren la enajenante realidad en la que viven.

Entonces, si la precitada vigilancia y represión de la población mundial y norteamericana ocurre constantemente a todos los niveles institucionales, ¿de qué son campeones los imperialistas yanquis? ¿Con que moral le dan lecciones y les exigen a otros países?

Lo que debería hacer el gobierno de EE.UU. es acabar de decir públicamente que todos los gobiernos tienen el derecho de crear y defender sus propios sistemas y que nadie es mejor que nadie para criticarlos.

Cierto es que es difícil que ello ocurra, pues Si Democracia es el gobierno del pueblo, nada más alejado de la realidad de los Estados Unidos.

En la práctica, el gobierno de los Estados Unidos, lejos de ser una verdadera democracia como cacarea, no es más que la feroz tiranía de una insaciable oligarquía sedienta de sangre, riquezas y poder, pero estoy convencido también de que más temprano que tarde será sepultada por los pueblos que son víctimas de su cruel explotación.    

Ya lo dijo Ernesto Che Guevara, en su discurso en la Asamblea de la ONU, 1964:

“La bestialidad del imperialismo, la bestialidad que no conoce límites, que no tiene fronteras, la bestialidad de los ejércitos de Hitler es como la bestialidad de América del Norte…porque es la esencia del imperialismo convertir a los hombres en animales salvajes, sedientos de sangre, decididos a masacrar, matar, asesinar y destruir el último vestigio de la imagen del revolucionario o partidario en cualquier régimen que aplasta bajo sus botas, ya que lucha por la libertad»

fin

Tomado de Razones de Cuba

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