Avatares de una generación profundamente martiana

Autor: Alejandro Gavilanes Pérez, Miembro del Consejo Nacional del Movimiento Juvenil Martiano

Los cubanos nacidos en las primeras décadas de la República neocolonial constituyeron una generación muy aferrada a su historia; una historia que devino asidero moral al cual acudir en momentos en que el ideal de nación soñado por los libertadores del siglo XIX parecía truncado. 

Se ha afirmado con precisión que durante estos años el pasado persistió como una presencia, precisamente, porque no había pasado del todo. Las bases sobre las que se creó la República de 1902 negaban las expectativas de soberanía nacional y autodeterminación. Es más, negarlas constituyó condición imprescindible para la existencia de una Cuba republicana. De allí que los cubanos entendieran su historia como algo inacabado, y de ella extrajeran las bases morales para la elaboración de sus demandas y críticas a la realidad nacional; y para la proposición de sus sueños y nuevos horizontes de lucha.

A la luz de estas reflexiones se entienden, entonces, las palabras de Cintio Vitier cuando sugiere que «la frustración del objetivo central de la guerra de 1895 como resultado de la intervención norteamericana hizo que la generación de la república pensara que la única forma de echar a andar la historia cubana […] era reivindicar el legado de José Martí»[i].

Fue, precisamente, la plena identificación con el ideario antimperialista, democrático y ético del Apóstol la que llevó a la conocida generación del centenario a constituirse en la nueva vanguardia, y no solo ver más lejos que gran parte del resto de las fuerzas de oposición al régimen, sino a actuar consecuentemente. Para jóvenes unidos en torno a aquel legado no podían quedar impunes ni el golpe de estado del 10 de marzo de 1952 y sus posteriores consecuencias ni la corrupción política y administrativa de los gobiernos republicanos. 

¿Por qué vanguardia? Porque, como Martí a finales del siglo XIX, estos jóvenes, nucleados en el Movimiento —estructurado por el abogado Fidel Castro—, asumieron la fusión de la lucha armada y la lucha de masas como la única vía para el derrocamiento de la tiranía; porque la expulsión del dictador era condición necesaria para la posterior creación de una nueva Cuba, verdaderamente con todos y para el bien de todos. Porque ellos entendieron que se imponían las soluciones de 1868 y 1895 y supieron asumir el reto. 

No fueron las acciones del 26 de julio resultado de un furor irracional. De hecho, su preparación incluía el reforzamiento ideológico y el aprendizaje de la historia de Cuba. Haydée Santamaría contaba con frecuencia que todos los participantes debían entregarse a una profunda lectura de José Martí, prestando especial atención al Manifiesto de Montecristi y a los Estatutos del Partido Revolucionario Cubano. Filiación martiana que puede rastrearse desde los años infantiles de muchos de estos revolucionarios, entre los que destacan Abel Santamaría y Raúl Gómez García. Y en términos conceptuales quedó explícita en cada uno de los escritos fundamentales del Movimiento y luego en los del Movimiento Revolucionario 26 de Julio.

No es anecdótico recordar que también fue esta generación la que enterró simbólicamente la Constitución en rechazo a los Estatutos Constitucionales promulgados por Batista; la que organizó la Marcha de las Antorchas; la que denunció el carácter antinacional y proimperialista del golpe de estado; la que protestó por el ultraje al busto de Mella; la que protagonizó actos en conmemoración del Primero de Mayo, el 20 de mayo, el 27 de noviembre. Acontecimientos que en su mayoría sufrieron la represión del régimen batistiano, lo que reforzó en sus participantes la idea de la inevitabilidad de la lucha armada.

Así, el asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes resultó la acción cúspide —a la vez que más corajuda y simbólica— de una juventud que hacía historia a través de su historia. En definitiva, ellos hicieron suya la causa de la realización de la nación como consecuencia de un propósito histórico[ii]: el de los libertadores del siglo XIX.

La hora actual no es menos complicada. Guerra cultural, consumismo como patrón de vida soñado, llamados al olvido del pasado, a la dejadez intelectual, a la incultura política; acrecentadas carencias económicas que ponen en crisis la narrativa del sacrificio en pro de un bien mayor y enrarecen los horizontes de la utopía, devienen solo algunos de los avatares que ha de enfrentar una generación que también es profundamente martiana.

Salvar y seguir construyendo el sueño de la nación —esto es, mantener la independencia y soberanía nacionales y alcanzar la mayor justicia posible— constituyen tareas de los cubanos de hoy. Otra vez más la misma solución se impone: trascender el imposible. Sus puntos de partida y de llegada, las fuerzas salvadoras: Martí y Fidel.


[i] Cintio Vitier: “Algunas reflexiones en torno a José Martí”, en Cintio Vitier: Resistencia y libertad, p. 81.

[ii] Louis A. Pérez Jr.: La estructura de la Historia de Cuba. Significados y propósitos del pasado, 2017, Editorial Ciencias Sociales, p. 267.

Tomado de la Sección Diálogo de generaciones de la revista trimestral Martillando, del Movimiento Juvenil Martiano Núm. 36

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