El 6 de octubre de 1976, a las 11:21 de la mañana, llegó al aeropuerto internacional “Seawell”, de Barbados, un DC-8 de la aerolínea Cubana de Aviación que efectuaba el vuelo CU-455. Al término de 54 minutos de escala, despegó con destino a Jamaica. A las 12:23, ocho minutos luego de alzar vuelo, una explosión estremeció la nave, la cual se incendió y después de cinco dramáticos minutos se estrelló en el mar, hundiéndose en el océano, a la vista de los turistas que disfrutaban de las cálidas playas. No hubo sobrevivientes: Setenta y tres víctimas fatales.
El otro autor intelectual y máximo responsable del acto terrorista contra el avión de Cubana de Aviación, Luis Posada Carriles, no se cohibió nunca para comentar públicamente su opinión sobre el atentado. En una entrevista aparecida el 10 de noviembre de 1991 en TheMiami Herald, el periodista le preguntó sobre el sabotaje. Posada respondió: “el sabotaje fue el golpemás efectivo que se haya realizado contraCastro”.
Solamente la cobardía, la vileza y un marcado desprecio por la vida humana, en particular si se trata de la ajena, pueden generar expresiones como la anterior ante tan horrendo crimen.
Sin duda, el diablo crió a Posada Carriles, aún cuando proviene de una respetable familia. Su atracción por la violencia y el abuso son bien conocidas por algunos ciudadanos de Cienfuegos, donde nació y se crió este asesino. Con 15 años de edad, se dedicaba, desde la azotea de su casa, a disparar sobre los gatos y cotorras de los vecinos con su fusil calibre 22.
En otra oportunidad, un carretonero de sanidad le preguntó al joven Luis –que andaba con su calibre 22– ¿y eso mata?… y luego de responder afirmativamente, el muchacho se paró frente al mulo que tiraba del carretón y de un disparo lo mató.
Con los años, Posada Carriles, optó por no dar la cara. Resultaba mucho menos riesgoso contratar mercenarios. En definitiva, sería la mafia Cubano Americana, radicada en Miami, quien les pagaría.
Así, en horas del mediodía del 4 de septiembre de 1997 en La Habana, el terrorista de nacionalidad salvadoreña, Ernesto Cruz León, que había ingresado al país días antes en un supuesto viaje de turismo, escondido en el baño, activó una bomba y minutos después la deslizaba dentro de un cenicero en uno de los bares del capitalino hotel Copacabana.
De inmediato lo abandonó, encaminándose, a pie, al hotel Chateu-Miramar, distante unos 500 metros; en el baño activó la segunda bomba y luego se sentó en uno de los butacones del lobby. A su derecha había unas personas y del lado contrario otras, que lo observaron cuando él se sentaba. En un momento dejó el bulto con la bomba al pie de un mueble, se levantó y abandonó el hotel.
Caminó hasta el hotel Tritón, tardándose entre 10 y 15 minutos, dentro del servicio sanitario repitió la misma operación para activar el explosivo C-4. En el lobby tomó asiento en el sofá de su izquierda. Unos segundos después se sentó un niño de unos 12 años, justo frente a él, mientras que otras dos niñas se acomodaban en otro asiento cercano A pesar de la presencia de estos niños, Cruz León tomó la decisión de colocar la bomba.
Una joven llamó al niño y este volteó el rostro, quitándole la vista de encima un momento, lo que aprovechó Cruz León para deslizar la bolsa con la bomba detrás del espaldar. Se incorporó y abandonó el hotel aprisa. Tomó un taxi, le dijo al chofer que lo llevara al restaurante Floridita, para despistar, y de ahí se encaminaría al emblemático restaurante La Bodeguita del Medio, donde colocaría la cuarta bomba.
No había avanzado el taxi unos metros cuando escuchó el estallido sucesivo de las tres bombas, que habían causado destrozos, pánico entre la gente, once heridos y un muerto: el joven turista italiano Fabio di Celmo, quien se encontraba en el Lobby-Bar del hotel Copacabana. Una esquirla de metralla le cercenó la vena aorta, por donde se le fue la vida en sólo segundos.
Apenas Cruz León abandonó el hotel, el niño descubrió el bulto escondido, alertó a su hermana y esta a trabajadores próximos, quienes dieron la alerta. Segundos después estallaba la bomba. El retrato hablado que hizo el niño español contribuyó en las rápidas y eficaces actuaciones realizadas por las autoridades del Ministerio del Interior de Cuba. Unas horas después el terrorista era detenido. Cruz León había sido contratado por órdenes de Luis Posada Carriles, quien le suministró los explosivos.
En el verano siguiente, el 12 de julio de 1998, Posada Carriles ofreció una entrevista a dos periodistas del influyente rotativo The New York Times, advirtiendo que no se le tomaran fotos ni se revelara su paradero, condición sine qua non a todo terrorista. Al parecer Posada estaba siendo marginado por los que le habían estado pagando durante años y con estas revelaciones les lanzaba un alerta.
Lo cierto que en la entrevista no ocultó sus actividades terroristas y habló extensamente sobre sus vínculos con la Fundación Nacional Cubano Americana y su presidente, Jorge Mas Canosa. The New York Times citó a Posada diciendo que Mas Canosa le había entregado dinero para varias de sus actividades terroristas, incluidos los atentados contra instalaciones turísticas en La Habana, en 1997.
En esa misma entrevista confesó a los periodistas quién le había enseñado el oficio: “…la CIA nos lo enseñó todo: cómo usar explosivos, cómo matar, cómo hacer bombas…
(Continuará…)
Tomado de Patria Nuestra