Carlos Marx es, sin lugar a dudas, uno de los filósofos más importantes de todos los tiempos y el que más ha logrado influir en el devenir histórico contemporáneo. Quizás también sea el pensador que ha sido objeto de los mayores ataques y difamaciones: los recibió en vida y los ha seguido recibiendo después de su muerte. Poco más de 200 años después de su nacimiento, continúa siendo un referente ineludible para comprender el mundo de hoy, tan diferente al que le correspondió vivir en el siglo XIX.
Incluso aquellos que le adversan profundamente se ven obligados a dialogar con sus obras por su colosal importancia teórica. Sin embargo, la vitalidad del pensamiento de Marx está determinada no por su teoría sino por el valor práctico que esta tiene. En la segunda de sus Tesis sobre Feuerbach, Marx lo deja bien claro: “Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento”. En la unidad entre teoría y práctica se encuentra el fundamento mismo del pensamiento marxista; lo que hizo a Gramsci considerarlo una filosofía de la praxis.
Marx y Engels, así como los que se mueven dentro de su legado filosófico, comprenden el trabajo teórico no como algo abstracto sino como algo inseparable de la lucha por el cambio social. El marxismo surgió al fragor de las luchas en favor del destino de los trabajadores europeos del siglo XIX, a los que consideró el sujeto social llamado a protagonizar las revoluciones contra el capitalismo. Los fundadores del marxismo estaban claros de que las luchas políticas también tienen una dimensión teórica y a eso consagraron sus vidas. Ambos estaban convencidos de la necesidad de fundamentar científicamente el socialismo y dotar al movimiento obrero de la teoría científica que lo conduciría a la realización de la revolución. Es por ello que encausaron la función crítica de su filosofía a enfrentar a los principales enemigos de la emancipación de los trabajadores y a los que formulaban propuestas insuficientes en ese sentido.
Desde sus obras iniciales se comprueba un estilo de trabajo que los caracterizaría en su desarrollo posterior y que respondía a las demandas de la lucha teórica y política: ejercer la crítica hacia otras propuestas teóricas y unirla con la exposición de sus propias ideas. El marxismo no teme la polémica porque sabe que la teoría no puede ser arrogante pero tampoco puede ser tímida.
La polémica constante y la asimilación crítica de otras ideas es un rasgo distintivo de los marxistas e incluso un elemento que favorece su propio desarrollo intelectual. En su juventud, Marx estuvo fuertemente influido por Hegel: de él reconoció su concepción dialéctica pero cuestionó su carácter idealista. Hubo en el joven Marx una apropiación crítica de la dialéctica hegeliana, la que reelaboró sobre bases materialistas. En 1845, vio la luz la primera obra escrita en conjunto por Marx y Engels, “La Sagrada Familia”, en la que (todavía influidos por Feuerbach) se enfrentaron a Bruno Bauer y su grupo. En ese mismo año escribieron “La Ideología Alemana” -que no se publicó en vida de ambos, sino en 1932- donde tuvieron como blanco a Feuerbach y los jóvenes hegelianos. En 1847, Marx publicó “La miseria de la filosofía” en respuesta a “Filosofía de la miseria” del anarquista francés Pierre Joseph Proudhon. En 1878, Engels publica el conocido como “Anti Dühring” donde cuestiona las ideas del alemán Eugenio Dühring.
En la medida en que criticaban a sus adversarios intelectuales también modificaban, enriquecían y ampliaban sus propias ideas. El enfrentamiento con estos pensadores no era cuestión de alarde sino que perseguía un fin práctico: desarrollar el nuevo materialismo, el materialismo dialéctico, como basamento científica de su visión del socialismo; la que demandaba una apreciación certera de la realidad.
En los párrafos anteriores se hace referencia constante al marxismo pero en sí: ¿qué es el marxismo?
Una pregunta aparentemente sin sentido pero cuya respuesta condiciona nuestra manera de entenderlo y por supuesto de asumirlo. Quizás muchos crean que es una corriente de pensamiento materialista del siglo XIX representada por Carlos Marx y Federico Engels. Esta idea, que relega al marxismo a ser una corriente decimonónica, llevaría a cuestionarnos la pertinencia de ser marxista en el siglo XXI.
El marxismo, si queremos entenderlo en su integridad, debemos verlo como una interpretación teórica de la realidad, un método de investigación y una guía para la acción transformadora. No solo es la crítica a las injusticias del capitalismo sino también es el proyecto de una nueva sociedad basada en la equidad y la justicia.
El marxismo es una concepción científica del desarrollo histórico y social; plantea una interpretación materialista y dialéctica de la historia que considera a la lucha de clases como elemento dinamizador del devenir histórico mientras que las relaciones económicas las comprende como las que, en última instancia, determinan el curso de los procesos históricos.
Marx y Engels inauguraron una línea de pensamiento en la cual se han insertado pensadores de diferentes épocas y naciones que la han asumido y ampliado con dimensiones y temáticas imposibles de abordar por sus fundadores: Lenin, Gramsci, Rosa Luxemburgo, Lukács, Mariátegui, Mella, Villena, Che Guevara, Fidel, entre otros.
El marxismo no está escrito en piedra, es una filosofía inacabada, en permanente evolución con rectificaciones, enriquecimientos y apropiación de nuevos conocimientos y de nuevas experiencias que devienen enseñanzas.
Tiene la capacidad de rectificarse a sí mismo, dispone del instrumental teórico-práctico suficiente para hacerlo sin sacrificar sus principios. Una corriente dogmática sería incapaz de ello pero, como señalara Fidel, “no hay nada más antimarxista que un dogma, no hay nada más antimarxista que la petrificación de las ideas”.
La historia de la filosofía está llena de corrientes cuyos postulados han sido dogmatizados, sin embargo ha sido presentado como un defecto propio del marxismo por quienes le adversan.
El 5 de mayo de 2018, el New York Times publicó un artículo cuyo título -Karl Marx ¡tenías razón!- parecía una señal de que, 200 años después de su nacimiento, la gran prensa había aceptado la grandeza del pensamiento de Marx. Su bicentenario no solo fue conmemorado por fuerzas políticas de izquierda sino también por universidades, centros de investigación y revistas científicas que necesariamente no están de acuerdo con sus ideas. Los medio de prensa que, luego del colapso del socialismo soviético, proclamaron eufóricos que “Marx ha muerto” ahora dicen que ha resucitado.
Sin embargo, en los primeros párrafos del artículo del New York Times aparece una pregunta más acorde a la línea editorial de este diario: ¿Qué lecciones podríamos obtener de su peligroso y delirante legado?
Es lógico que una concepción que diagnostique la realidad y a partir de ahí busque su transformación revolucionaria reciba esos calificativos. Ya que no pueden desaparecer al marxismo del mapa teórico (como les gustaría hacer) intentan cercenar su lado más revolucionario y subversivo. Quieren presentar a un Marx inofensivo, que solo ejerce la crítica pero no ve un horizonte de transformación posible, a un hombre cauto que no confiaba en la superación del capitalismo.
La extrema derecha prefiere profanar sus monumentos mientras los académicos “neutrales” y los medios hegemónicos se esfuerzan por convertir a Marx en un “profeta de la globalización”, en un “teórico de la clase media”. Lo muestran como una especie de león herbívoro. Sin duda temen que los cachorros del león crezcan y que la manada siga creciendo.
Tomado de BufaSubversiva