El sistema de reclutamiento que suministró la mayoría de más de medio millón de soldados enviados a las sucesivas guerras de 1868 hasta 1898 (tanto a Cuba como Filipinas) era la quinta.
Por quinta no se entendía entonces su homónima actual, sino un compromiso bastardo entre la quinta “setecentista” (con sus exenciones gratuitas a favor de los estamentos privilegiados y de numerosas profesiones) y la general obligación implícita en el “todos los ciudadanos son iguales ante la ley” constitucional.
En la quinta “ochocentista” el sorteo limitaba el número de quintos, aunque la proporción de estos, rara vez fue realmente la quinta parte de los sorteados, como el nombre sugería. En este sistema, el servicio militar es obligatorio, pero no forzosamente personal: se pueden suministrar sustitutos o recurrir a la redención en metálico.
“…Los que no han vivido en las aldeas no pueden concebir todo el terror que inspira la quinta…” decía Castelar en 1869. Sin embargo, durante la guerra de Cuba de 1895 a 1898, la quinta llevaba muchos años siendo también “el terror de las ciudades”.
Tanto en las aldeas como en las villas y ciudades, sin el seguro de quintas, poquísimos habrían sido los españoles capaces de pagar las 1.500 o 2.000 pesetas que desde 1850 a 1912 costó la redención en metálico. Ni siquiera las 500 a 1.750 pesetas que un sustituto costaba en promedio.
Téngase en cuenta que, en 1895, una hectárea de tierra costaba de 75 a 100 pesetas y los jornales del campo eran de “peseta y media o dos”. Y cuando durante la guerra de Cuba fueron movilizados reservistas de 30 a 40 años, las compensaciones atribuidas por ciertos ayuntamientos a sus atribuladas familias fueron “de dos a tres reales diarios”.
El precio al contado de un seguro de quintas, suscrito poco antes del sorteo, oscilaba de 1985 a 1898 entre las 700 y las 1.000 pesetas. Prensa española de época asegura que por 1.000 pesetas se aseguraba el canje de un destinado al ultramar en destinado la Península. Muchas familias aseguraban los futuros sorteados “desde el nacimiento”, con el pago de un duro diario hasta que cumplía 20 años.
¿Quién no conoce alguna familia que se arruinó por redimir en metálico al hijo? ¿Cómo no iba a asegurar sus hijos quien podía, si las bajas (entre muertos y la gente que sufría toda su vida de heridas o el paludismo) eran espeluznantes?
Todos los que hemos estado en Cuba sabemos, decía Ramón y Cajal que había servido en Cuba durante la Guerra de los Diez Años, que “un contingente inicial de 200.000 soldados, al año está reducido a 100.000 y a los dos años a 50.000”
Tomado de Patria Nuestra