Es preciso formar espectadores críticos para el rostro de estos y próximos días

Por: Yusuam Palacios Ortega

Ha concluido un muy polémico producto audiovisual, para bien que haya sido una telenovela cubana. Por todos es sabido que son las telenovelas, por excelencia, los dramatizados que más siguen las familias cubanas, de ahí que sean juzgados con tanta fuerza. No creo antes haber ejercido una crítica, conscientemente llevada al papel, de una obra trasmitida por nuestra televisión; y digo nuestra porque es la que nosotros hacemos, la que nos acompaña las 24 horas del día con diversidad de propuestas, más o menos logradas, con sus virtudes y defectos, con desafíos y retos como el de mantener y superar el nivel educativo y formador que la distingue frente a otras foráneas, y el de satisfacer distintos gustos, complacer a una teleaudiencia cada vez más ¿culta y preparada, con capacidad crítica suficiente para discernir los entramados de una obra audiovisual?.

Nuestro pueblo tiene un alto nivel de instrucción (la educación o el sistema de enseñaza en Cuba es cualitativamente superior a la de gran parte del mundo; los resultados comparados lo reflejan). Ahora bien, ¿es suficiente contar con altos niveles de instrucción?, o se require de una constante elevación de la formación ciudadana, que no es privativa de los Ministerios de Educación y Educación Superior, sino de un universo social que tiene en instituciones, organismos, organizaciones y otras formas de confluencia y agrupación; las fuerzas motrices para impulsar los caminos de la formación ciudadana, de un sujeto que esté al nivel de su tiempo, que aplique en su vida personal y pública valores que eleven y cultiven el alma, la decencia y el respeto al derecho ajeno, el ser mejores seres humanos; que parte, a mi juicio, de no solo de divisar el bien sino de hacerlo, de no practicar el egoísmo personal, de no poner delante del culto a la virtud, la exaltación de lo material.

Una formación ciudadana que tiene un ingrediente fundamental, y es precisamente la capacidad que cada sujeto pueda alcanzar para romper ataduras prejuiciosas, cánones trillados y desenfocados, moldes preestablecidos en el ejercicio del criterio, en el ejercicio del pensar, para liberarse de los delimitadores de primaveras. Un sujeto culto, que no significa que sepa más que los demás; de hecho, y eso me lo enseñó una mujer superior: Ana Cairo, todos somos diferentemente cultos; de ahí la humildad y la sencillez, el no creerse portador de la verdad absoluta (no existe), el respeto al criterio y pensamiento del otro. Todos tenemos nuestra verdad o mejor, nuestros puntos de vista que difieren o concuerdan con los de otros; todos podemos algo enseñar. «Solo se que no se nada» diría Sócrates, pero no dejaba de aprender cada vez más.

Precisamos de una formación más intencionada, coherente y revolucionaria de un espectador crítico, máxime cuando enfrentamos una desigual guerra cultural, cuando la nociva industria capitalista y deshumanizante del entretenimiento inocula en las subjetividades de las personas el peor veneno: el de la colonización cultural, controlando así las mentes de los individuos. Con muy buena factura empaquetada nos llegan productos mediocres, banales, tan superficiales que provocan el mayor atentado a la inteligencia humana. No pensar es la jugada, no dedicar tiempo a problemas sociales, económicos, políticos; buscar la distracción, el desestrez estúpido y burdo, vivir en la epidermis; esas son las pretensiones. A ello súmesele la consecuente crisis humanística; en que el ser humano se deshumaniza y se vuelve bestia insensible y despiadada. Precisamos sí, de formar hombres y mujeres que piensen con cabeza propia, que no se dejen engañar, que no sean prisioneros de los postulados de otros. Decía Martí: «ser cultos es el único modo de ser libres», he ahí el alcance del valor de la cultura; preservarla es deber esencial; razón tuvo nuestro Comandante en Jefe al expresar que lo primero que había que salvar era la cultura.

Pero retomo, desde mi ejercicio del criterio, lo que considero mi crítica a la telenovela cubana El rostro de los días y un poco más, a las disímiles reacciones que ha tenido por parte de la crítica especializada, el cuerpo de realización de la telenovela y el público en general.  Creo que no debemos analizar este producto alejado de los diferentes y controvertidos rostros que tienen nuestros días, de los innumerables conflictos humanos y las circunstancias concurrentes en el tratamiento a temas que dibujan la hora actual que vivimos. Es ficción, lo sabemos, pero hay una lógica en la vida real, que quiérase o no, no debe desestimarse en una obra con las cartas de presentación que tuvo El rostro de los días. No deja de ser cierto que un estimable público, no conozco estadísticas al respeto, pero es mi apreciación, se sintió a gusto con la telenovela, por muchas razones: los temas abordados, las actuaciones, etc., en cambio parte de la teleaudiencia esgrimió argumentos que demeritaban zonas del drama en cuestión.

Es muy interesante porque, a pesar de los desvaríos del producto final, toda obra humana los tiene, en menor o mayor medida, pero los tiene; se pudo notar una aceptación significativa en parte de las familias cubanas, en el gusto de muchas personas; y eso no es ficción, es una realidad que, más que desconocerla, nos debe motivar a buscar los por qué del fenómeno. A mucha gente les gusta, tanto realitys shows como ciertas series que estimulan el sin sentido, la bobería y la degradación ética. Pero, ¿estarán viendo cualquiera de estos productos con ojo crítico?, ¿saben de la estafa que representan muchos de ellos?, o es que no son capaces de discernir si tales productos son buenos o malos.

Así pasa con productos nacionales que, no porque sean nuestros, no pueden ser objeto de la crítica. Son los primeros que deben ser valorados, cuestionados, en fin, criticados. Y es que queremos que se superen en calidad, que sean creíbles y enseñen, que aporten, en definitiva, a un mejor país, a una sociedad más inclusiva, justa, donde sus ciudadanos estén preparados para enfrentar los problemas de la vida. No pretendo comparar El rostro de los días con una indignante muestra de la porquería audiovisual extranjera que un número no despreciable de la población consume a diario. Se respeta mucho esta telenovela cubana y creo sus hacedores también; para engañar, ofender y pisotear al pueblo cubano, al público seguidor de los dramatizados, a todos los que de una forma u otra se sentaron frente al televisor, haciendo una elección, para ver cada capítulo.

No es El rostro de los días un reservorio amplio de virtudes, las que tiene son el resultado de lo que somos hoy, así como los defectos que la componen responden a una realidad que, mal que nos pese, tenemos en la producción audiovisual, particularmente si de telenovelas se trata, porque ya no podemos hablar de las aventuras, no se hacen. Hay voces especializadas que respeto mucho como las de Joel del Río, Paquita Armas, Pedro de la Hoz; quienes con los elementos técnicos precisos pueden evaluar mejor el resultado del producto audiovisual; claro, desde una posición, si vamos a ver, más racional; porque no estuvieron en el decursar creativo y de realización de la obra. Pero como fenómeno su análisis tiene dos puntos de vista o extremos discursivos diferentes. Los hacedores de la obra la ven diferente a los espectadores, aún y cuando los primeros pueden verse, en cierta medida como espectadores una vez que la obra se trasmite. Ahora, el mayor conflicto radica, a mi juicio, en los espectadores si de reacciones se trata. El criterio especializado tiene sus recursos propios para desentrañar una obra, el criterio popular tiene también los suyos. Ambos hay que respetarlos, ninguno está exento de ser criticado y cuestionado.

Se impone hacer un ejercicio constante de la crítica con el pivote ético que no puede faltar; es indispensable formar al público de hoy, no puede ser el «gusto» quien lleve la voz cantante, tampoco es saludable renunciar a él. No se remedian vicios con imposiciones, es vital una nueva alfabetización cultural. Incluso, los detalles que tiene el gusto son tan variables que no tienen que contradecir un análisis crítico constructivo y formador. Por ejemplo, en mi caso particular, tengo muchas reservas con El rostro de los días, pero no dejé de ver la telenovela. ¿Con qué fin?, no soy el crítico especializado que hace su trabajo, y quiere y debe hacerlo con toda la calidad posible. Si la vi es porque algún atractivo tenía, y claro, con independencia del que fuera; sabía lo que estaba viendo, y en cada capítulo, hice mis reflexiones, pensé en los temas abordados, en cómo fueron tratados, y no en pocas ocasiones me construí mi propia telenovela. Por ejemplo dos magistrales actores a quienes disfruto mucho cuando los veo actuar: Nancy González y Fernando Hechavarría fueron un incentivo para ver la telenovela; sin embargo no dejo de reconocer que sus personajes debieron explotarse más y así sacar de los intérpretes todo su poder histriónico.

Leí un profundo análisis sociológico de la telenovela, realizado por la Dra. María Isabel Domínguez, y creo que El rostro de los días nos deja un grupo de temas que son vitales en la sociedad. Descubramos otros rostros, insistamos ahora científicamente en estos tan polémicos, trabajemos todos por esa necesaria e imprescindible formación ciudadana que permitiría a mucha teleaudiencia entender una crítica como las realizadas en el Noticiero Estelar y otros medios, y no irse a extremos burdos y poco serios. Al mismo tiempo creo que, toca a nuestra crítica especializada contribuir más a la formación de sujetos pensantes, sin descuidar las razones de una aceptación o rechazo popular (la otra cara de la moneda).

Creo que falta hacer mucho más crítica cultural, audiovisual. ¿Desde cuándo en el Noticiero Estelar no se hacía un ejercicio de esta índole?. La reacción de una parte no despreciable del público no fue positiva; hace falta sistematicidad, acostumbrar al público a este tipo de ejercicio, que sí, genere un rico debate y se polemice sin vendas ni ambages. Buenos ejemplos tenemos en el Noticiero Cultural, y en programas cinematográficos como Espectador crítico, La séptima puerta, De Nuestra América, Solo la Verdad. No así con productos o programas dramatizados, musicales, humorísticos, de orientación social. Nos falta entrenamiento. Es hora de transformar nuestras formas de hacer porque el escenario de redes sociales digitales e Internet es la expresión dominadora de una comunicación lastrante de la dignidad humana, al servicio de mezquinos intereses.

Siempre pensemos en lo bueno que hacemos, y en lo malo para evitar que vuelva a ocurrir. Recuperemos en todo momento la dulzura de nuestro vino. Se nos agria en ocasiones, seamos conscientes y consecuentes. No olvidemos a Martí:

«Porque a mí me enorgullece, no solo todo lo cubano, sino todo lo que se hace en Cuba. Que se haga en Cuba es mi orgullo, si es bueno».

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